jueves, 22 de junio de 2023

EL NAUFRAGIO QUE IMPIDIÓ QUE LAS ISLAS CANARIAS PASARAN A MANOS INGLESAS

 

El 27 de octubre de 1807, Manuel Godoy, valido del rey de España Carlos IV de Borbón, y Napoleón Bonaparte, emperador de los franceses, firmaban el Tratado de Fontainebleau, por el cual se permitía para ello el paso de las tropas francesas por territorio español con el pretexto de invadir Portugal.

Ya sabemos que, aunque la invasión de Portugal sí se llevó a cabo, Napoleón siguió aumentando la presencia de tropas francesas en suelo español y, en lugar de continuar transitando hacia Portugal, fueron ocupando, sin ningún respaldo del Tratado, diversas localidades como Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras. En poco tiempo los soldados franceses acantonados en España ascendían a unos 65 000, que controlaban no solo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid, así como la frontera francesa.

El 17 de marzo de 1808 se produce el Motín de Aranjuez, provocando la caída de Godoy, la abdicación de Carlos IV. Fernando VII accede al trono de España mientras Madrid es ocupada por las tropas francesas del mariscal Murat, que es recibido por Fernando VII como aliado. Napoleón convoca a padre e hijo a Bayona, y obtiene de ellos la abdicación a su favor, el 5 de mayo de 1808, tras lo cual cedió la Corona a su hermano José I Bonaparte. Previamente se había producido el Levantamiento del 2 de mayo en Madrid, dando comienzo a la Guerra de la Independencia.

En este proceso, las tropas napoleónicas conquistan gran parte de la España peninsular, pero Canarias, Baleares, Cartagena, Cádiz, Galicia las colonias americanas y Filipinas no llegaron a ser ocupadas.

En Canarias, donde las noticias sobre la marcha de los acontecimientos llegan con casi un mes de retraso, se constituye La Laguna (Tenerife) la Junta Suprema Canaria, como iniciativas para recuperar el autogobierno, al igual que ocurrió en otras zonas libres de la ocupación francesa. La Junta estaba liderada por el marqués de Villanueva del Prado, secundado por el Marqués del Sauzal.

Ante la perspectiva de encontrarse en una España sin Rey, ya que no se reconocía al José I, y descartada la idea de declararse independientes ante la falta de un ejército y una armada que defendiesen esa posible independencia, la Junta barajó varias alternativas, a cada cual más sorprendente.

La primera fue unirse al Reino de Brasil. Napoleón había invadido Portugal y la familia Real se había exiliado a su colonia americana. El principal inconveniente eran los 4.000 km que separan canarias de Brasil. Si los 1.200 km que distan entre la península y las islas ya era un obstáculo teniendo en cuenta las comunicaciones de la época, triplicar esa distancia respecto a la corte era bastante aventurado.

La segunda fue unirse a la joven república de los Estados Unidos de América. En aquella época los EE. UU. se habían extendido largamente hacia el Medio Oeste. Ohio, Kentucky o Tennessee ya formaban parte de la Unión y controlaban los territorios de Michigan, Indiana Mississippi y Luisana (que habían comparado a los franceses unos años antes). En este caso, a la dificultad de la distancia se unía la contraposición de intereses de una sociedad canaria dominada por la nobleza local frente a una república, dominada por una burguesía pujante.

La tercera opción era unirse a la corona de su majestad británica. Al fin y al cabo, Inglaterra era el mayor enemigo de Francia que, al fin ya la cabo, había sido el detonante de este vacío de poder, más bien de rey, en el archipiélago canario.

Esta opción tenía varias ventajas. Por un lado, existía un importante flujo comercial de algunas de las islas con Gran Bretaña, por lo que el interés económico estaba fuera de toda duda, especialmente para los nobles que se aprovechaban de ese comercio. Por otro lado, Inglaterra contaba con una potente armada capaz de defender la nueva soberanía de las islas.

Pues dicho y hecho. Se prepararon todos los documentos para formalizar la unión de las Islas Canarias al Imperio Británico. Se llegó a barajar incluso la posibilidad de pagar al rey inglés, por aquel entonces Jorge III, por aceptar los nuevos territorios insulares bajo su corona. Y se mandó un barco con una legación de la Junta Suprema Canaria para formalizar la anexión.

Pero el destino es un ser caprichoso y quiso que el barco se hundiese cerca de las costas inglesas, dando al traste con tan intrépida misión.

Tras este golpe de mala fortuna, una mezcla de acontecimientos tornó las voluntades de los representantes de la nobleza isleña. Por un lado los nobles gran canarios enfriaron su apoyo a los nobles tinerfeños que, en el fondo, lideraban la iniciativa y, por qué no decirlo, el comercio con Inglaterra. Por otro lado, se empezó a vislumbrar que la resistencia española en la península, apoyada por las tropas inglesas que desembarcaron por el norte de Portugal podían dar la vuelta a la tortilla y terminar echando a Napoleón de la península. Total, que todo quedó como en una anécdota, pero estuvo a punto de significar un cambio radical en la historia de Canarias.